jueves, 29 de junio de 2017

Papa Francisco: el trabajo sin la persona se vuelve inhumano


Discurso del papa Francisco en audiencia a los delegados de la Confederación Italiana del Sindicato de los Trabajadores (CISL) con motivo de su XVIII Congreso Nacional cuyo tema es Para la persona, para el trabajo. Aula Pablo VI, 28.06.2017.
Os doy la bienvenida con motivo de  vuestro congreso, y agradezco al secretario general su presentación.
Habéis elegido un lema muy hermoso para este congreso: Para la persona, para el trabajo. Persona y trabajo son dos palabras que pueden y deben juntarse. Porque si pensamos y decimos trabajo sin decir persona, el trabajo termina por convertirse en algo inhumano que, olvidándose de las personas se olvida y se pierde a sí mismo. Pero si pensamos en la persona sin el trabajo decimos algo parcial, incompleto, porque la persona se realiza plenamente cuando se convierte en trabajador, en trabajadora; porque el individuo se convierte en persona cuando se abre a los demás, en la vida social, cuando florece en el trabajo. La persona florece en el trabajo. El trabajo es la forma más común de cooperación que la humanidad haya producido en su historia. Cada día, millones de personas cooperan simplemente trabajando: educando a nuestros hijos, maniobrando equipos mecánicos, resolviendo asuntos en una oficina… El trabajo es una forma de amor cívico, no es un amor romántico ni siempre intencional, pero es un amor verdadero, auténtico, que nos hace vivir y saca adelante el mundo.
Por supuesto, la persona no es solo trabajo… Tenemos que pensar en la saludable cultura del ocio, de saber descansar. No es pereza, es una necesidad humana. Cuando pregunto a un hombre, a una mujer, que tiene dos, tres hijos: “Pero dígame, ¿Usted juega con sus hijos? ¿Tiene este “ocio?”- “¡Eh!, sabe, cuando voy al trabajo, todavía están dormidos, y cuando vuelvo ya están acostados”. Esto es inhumano. Por eso, junto con el trabajo, hay que tener la otra cultura. Porque la persona no es solamente trabajo; porque no trabajamos siempre y no siempre tenemos que trabajar. De niños no se trabaja y no se debe trabajar. No trabajamos cuando estamos enfermos, no trabajamos cuando somos ancianos. Hay muchas personas que todavía no trabajan, o que ya no trabajan. Todo esto es cierto y sabido, pero hay que recordarlo también hoy, cuando en el mundo todavía hay demasiados niños y chicos que trabajan y no estudian, mientras el estudio es el único “trabajo” bueno de los niños y de los jóvenes. Y cuando no siempre y no a todos se les reconoce el derecho a una jubilación justa -ni demasiado pobre ni demasiado rica-: las “jubilaciones  de oro” son un insulto al trabajo no menos grave que el de las jubilaciones demasiado pobresporque vuelven perennes las desigualdades del tiempo del trabajoO cuando un trabajador enferma y se le descarta del mundo del trabajo en nombre de la eficiencia -y, sin embargo, si una persona enferma puede, dentro de sus límites, trabajar, el trabajo también desempeña una función terapéutica-: a veces uno se cura trabajando con los demás, trabajando juntos, para los demás.
Es una sociedad necia y miope la que obliga a las personas mayores a trabajar demasiado tiempo y a una entera generación de jóvenes a no trabajar cuando deberían hacerlo para ellos y para todos. Cuando los jóvenes están fuera del mundo del trabajo, las empresas carecen de energía, de entusiasmo, de innovación, de alegría de vivir, que son bienes comunes preciosos que mejoran la vida económica y la felicidad pública. Es urgente un nuevo contrato social humano, un nuevo contrato social para el trabajo, que reduzca las horas de trabajo de los que están en la última temporada laboral para crear puestos de trabajo para los jóvenes que tienen el derecho y el deber de trabajar. El don del trabajo es el primer don de los padres y de las madres a los hijos y a las hijas, es el primer patrimonio de una sociedad. Es la primera dote con que los ayudamos a despegar hacia el vuelo libre de la vida adulta.
Me gustaría hacer hincapié en dos desafíos trascendentales que el hoy el movimiento sindical debe afrontar y superar si quiere seguir desempeñando su papel esencial para el bien común.
El primero es la profecía, y se refiere a la naturaleza misma del sindicato, a su verdadera vocación. El sindicato es una expresión del perfil profético de una sociedad. El sindicato nace y renace cada vez que, como los profetas bíblicos, da voz a los que no la tienen, denuncia al pobre “vendido por un par de sandalias” (cfr Amós 2, 6), desenmasca a los poderosos que pisotean los derechos de los trabajadores más vulnerables, defiende la causa del extranjero, de los último, de los “descartes”. Como demuestra la gran tradición de la CISL, el movimiento sindical tiene sus grandes temporadas cuando es profecía. Pero en nuestras sociedades capitalistas avanzadas el sindicato corre el peligro de perder esta naturaleza profética y de volverse demasiado parecido a las instituciones y a los poderes que, en cambio, debería criticar. El sindicato, con el  pasar del tiempo, ha acabado por parecerse demasiado a la política, o mejor dicho, a los partidos políticos, a su lenguaje, a su estilo. En cambio, si se olvida de esta dimensión típica y diferente, también su acción dentro de las empresas pierde potencia y eficacia. Esta es la profecía.
Segundo desafío: innovación. Los profetas son centinelas, que vigilan desde su atalaya. También el sindicato tiene que vigilar desde las murallas de la ciudad del trabajo, como un centinela que mira y protege a los que están dentro de la ciudad del trabajo, pero que mira y protege también a los que están fuera de las murallas. El sindicato no realiza su función esencial de innovación social si vigila solo a los que están dentro, si solo protege los derechos de las personas que trabajan o que ya están retiradas. Esto se debe hacer, pero es la mitad de vuestro trabajo. Vuestra vocación es también proteger los derechos de quien todavía no los tiene, los excluidos del trabajo que también están excluidos de los derechos y de la democracia.
El capitalismo de nuestro tiempo no comprende el valor del sindicato, porque se ha olvidado de la naturaleza social de la economía, de la empresa. Este es uno de los pecados más graves. Economía de mercado: no. Digamos economía social de mercado, como enseñaba san Juan Pablo II: economía social de mercado. La economía se ha olvidado de la naturaleza social de su vocación, de la naturaleza social de la empresa, de la vida, de los lazos, de los pactos. Pero tal vez nuestra sociedad no entiende al sindicato porque no lo ve luchar lo suficiente en los lugares de los “derechos del todavía no”, en las periferias existenciales, entre los descartados del trabajo. Pensemos en el 40% de jóvenes menores de 25 años que no tienen trabajo. Aquí, en Italia. ¡Y allí es donde tenéis que luchar! Son periferias existenciales. No lo ve luchar entre los inmigrantes, de los pobres, que están bajo las murallas de la ciudad; o simplemente no lo entiende por qué a veces –pero pasa en todas las familias– la corrupción ha entrado en el corazón de algunos sindicalistas. No os dejéis bloquear por esto. Sé que os se estáis esforzando ya desde hace tiempo en la dirección justa, sobre todo con los migrantes, con los jóvenes y con las mujeres.  Y lo que os digo ahora podría parecer superado, pero en el mundo del trabajo la mujer es todavía de segunda clase. Podriaís decirme: “No, hay esa empresaria, esa otra…”. Sí, pero la mujer gana menos, se la explota con más facilidad… Haced algo. Os animo a continuar y, si es posible, a hacer más. Vivir las periferias puede convertirse en una estrategia de acción, en una prioridad del sindicato de hoy y de mañana. No hay una buena sociedad sin un buen sindicato, y no hay un buen sindicato que no renazca todos los días en las periferias, que no transforme las piedras descartadas por la economía en piedras angulares. Sindicato es una hermosa palabra que viene del griego dike, es decir justicia y syn juntos. Es decir, justicia juntos. No hay justicia juntos si no es junto con los excluidos de hoy.
Os agradezco este encuentro, os bendigo, bendigo vuestro trabajo y os deseo lo mejor para vuestro Congreso y vuestro trabajo diario. Y cuando nosotros en la Iglesia hacemos una misión , por ejemplo, en una parroquia el obispo dice: “Hagamos la misión para que toda la parroquia se convierta, es decir vaya a mejor”. También vosotros “convertíos”: id a mejor en vuestro trabajo, que sea mejor. ¡Gracias!
Y ahora os pido que recéis por mí, porque yo también tengo que convertirme en mi trabajo; cada día tengo que ir a mejor para ayudar y cumplir mi vocación. Rezad por mí y quisiera daros la bendición del Señor.
(Bendición)



martes, 6 de junio de 2017

El Ser y el hacer de un sacerdote amigo y acompañante

 José Antonio Felices (Antonio): el ser y el hacer de un sacerdote amigo y acompañante. Un caminar juntos en la Pastoral obrera y en la HOAC en Almería.
Antonio Felices falleció el pasado 24  de mayo en Almería
 Conocí a Antonio  a principios del año 1981.
Los asuncionistas abrimos una comunidad en Almería en agosto de 1980 en la barriada de La Fuentecica, de la capital, de acuerdo con el Sr. Obispo: D.Manuel Casares y del Vicario de Pastoral: D. José García Sánchez.
Llegamos a la Fuentecica. Nos hablaron de un matrimonio que vivía en la barriada, educadores que fueron del movimiento Junior de acción católica especializada de niños y que vinieron a vivir al barrio como opción. A través de ellos pudimos acomodarnos en un piso del barrio.
Veníamos con un proyecto de vida comunitaria y pastoral bien definido, pero la realidad nos lanzó a responder de una manera inmediata a las necesidades urgentes que íbamos percibiendo.
Vimos la gran necesidad de trabajar el nivel humano y cultural de las personas. No era posible que la gente viviera en cuevas y que su nivel de conciencia estuviese por los suelos.
De ahí que con el apoyo de personas de la barriada, pudimos hacer un camino juntos para desembocar en la creación de un colectivo cultural que nos implicáramos en despertar la conciencia crítica de las personas. Eran los años de la pedagogía de adultos del maestro Paulo Freire.
En setiembre de 1981 tuvimos un encuentro con el Sr. Obispo, como estaba previsto al comenzar nuestro camino en la diócesis. Nuestra sorpresa fue que nos destituyó de toda acción pastoral directa. En ese año animábamos junto con la Hijas de la Caridad encuentros y eucaristías dominicales en una capilla que dependía de la Parroquia que tenía los franciscanos en el centro de la ciudad.
Nuestro P. General y el asistente para España, de visita ese año a las comunidades asuncionistas de España, vino a Almería. Después de hablar con el Obispo, nos dijo: Quedaos  en Almería, seguid trabajando. No perdáis la comunión con la diócesis, a pesar de la incomprensión de la curia diocesana.
Y aquí es cuando aparece el joven  Antonio Felices.  Antonio  y unos cuantos sacerdotes más formaron en ese año un colectivo de curas llamados “ curas de la Nacional 340”, porque la mayoría estaban en pueblos por donde pasaba la N-340. Antonio estaba en aquella época en la “Puebla de Vicar”, como párroco.
Al darse cuenta de nuestra situación, Antonio, a título personal, unas veces, y en nombre del grupo, otras veces, nos visitaba para conocer más directamente nuestra situación. Recuerdo que nos alentaba y nos animaba a abrir nuestras relaciones con los sacerdotes diocesanos y que acudiésemos cuando nos pareciese bien a los encuentros de los “curas de la N 340”.
A partir de aquí, la comunidad asuncionista empezó a tener una relación estrecha con  Antonio y gran parte de los “curas de la N 340”.
Al ser nombrado nuevo obispo de Almería  D. Rosendo Álvarez en el año 1989, La comunidad asuncionista se trasladó a la barriada del Puche.  Antonio es también trasladado a una parroquia cercana en el barrio de San Luis de Almería. Nuestras relaciones se fueron intensificando.
 Antonio es nombrado delegado de Pastoral obrera de la diócesis cuando aparece el documento “La Pastoral Obrera de toda la Iglesia” en el año 1994.
Me comenta que necesita un equipo que lleve adelante la tarea de la Pastoral obrera. Acude a nuestra comunidad porque sabe que  desde hace varios  años estoy  en el grupo de religiosos/as en el mundo obrero a nivel nacional.  Me pongo, pues, a su disposición y empezamos a trabajar juntos en la diócesis.
Lo primero que vimos es rehacer en la diócesis los movimientos especializados de acción católica en el mundo obrero: La HOAC y La JOC. En aquella época  existía algún militante de la HOAC de los llamados históricos. La JOC estaba totalmente desaparecida. Solamente quedaba algún residuo de la JOCE, después de la crisis de los 80.
De inmediato nos pusimos en contacto con la comisión de la HOAC de Andalucía para poder iniciar en Almería. La comisión nos propone que dos militantes de Motril sean los posibles iniciadores.  Antonio y yo fuimos viendo personas que pudiesen  ser posibles iniciandos en la HOAC. Nos juntamos unas 12 personas y empezamos la iniciación con los dos militantes de Motril: Miguel y Gonzalo. Era de admirar el compromiso y la implicación de Miguel y Gonzalo que llegaban a Almería hacia las 21h. y volvían a Motril hacia la 1 de la mañana.
Es verdad que en el camino se descolgaron algunos, pero la HOAC empezó a caminar en Almería.
La JOC no fraguó al final.
La actividad pastoral conjunta también la desarrollamos en la Escuela diocesana de Agentes de pastoral animando los cursos de Doctrina Social de la Iglesia.
Fueron unos años de intensa actividad, a la vez que se iba intensificando la relación de Antonio con nosotros. Venía a menudo a comer a nuestra casa.
Con su citroen íbamos a visitar a los sacerdotes de la Diócesis donde había algún conflicto social: huelga de pescadores en Garrucha, para ver cómo enfocar el problema desde la parroquia y ayudar a tomar una postura. Y a los sindicatos agrarios (COAG) para analizar conjuntamente los problemas que se planteaban en las zonas de los invernaderos
¿Qué decir de Antonio? Lo primero, que fue un gran amigo y acompañante. Lo segundo, un gran animador y un hombre que daba mucho ánimo a las personas. Yo trabajé muy a gusto con él en las tareas de la Pastoral obrera y en los nuevos comienzos de la HOAC en Almería. Se hacía querer.
Sabía situarse en las problemáticas obreras. En los conflictos laborales lo primero que proponía era visitar a las personas afectadas, escuchar, analizar… antes de hacer algún comunicado o alguna acción. Así que nos hicimos buenos kilómetros por la Provincia .Puede parecer “de cajón”, pero si lo subrayo es porque en el fondo lo que se perseguía también  era que la parroquia y los cristianos de la zona afectada tomasen postura. Por eso puedo decir de nuevo que Antonio fue un gran acompañante y educador en ese sentido.
Aprendí mucho de él por su cercanía y acompañamiento. Dedicaba mucho tiempo a estar con la gente en la Parroquia en cualquier responsabilidad que asumía. Un gran pastor, diríamos hoy.
“Siervo bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor” (Mt 25,23)
                                                                           Angel Macho, aa.